Morelia/Redacción
No, no importa, el número de marchas y de bloqueos –casi media docena- suscitados este miércoles en la capital michoacana, lo grave es el caos vial que provocaron los manifestantes que exigían desde la reintegración de sus trabajos, pasando por la reapertura de centros nocturnos, hasta el pago de adeudos gubernamentales.
No, no eran numerosos contingentes los inconformes que, a su manera, protestaron, pero prácticamente por horas y horas ahorcaron las principales vialidades vehiculares de esta urbe moreliana, ocasionando retrasos hacia sus respectivos destinos de gran número de habitantes, quienes mezclaban sentimientos encontrados, enojo y resignación.
No, no tampoco se vio algún operativo especial de los gobiernos local y estatal, a través de la presumida Fuerza Ciudadana, ya no para desalojar a los minoritarios grupos protestantes, sino para agilizar el tráfico vehicular, sobre todo del “corazón” del centro histórico de la sede de los tres poderes de la entidad.
Hubo manifestaciones que ya no solo reclaman cumplimientos a acuerdos o a sus demandas, sino que subrayan denuncias en contra de sus propias autoridades, algunas con demasiado sustento y otras con señalamientos que rayan en falsa demagogia (sic), pero teniendo como secuela una insoportable anarquía vial.
Y, bueno, la historia nos cuenta que lamentablemente, no a través de la cotidianidad del ejercicio público, la gran mayoría de las inconformidades masivas, con razón o sin razón, que se dan en las calles, obtienen de buenos a regulares resultados, ese es el camino, al parecer el único camino.