Antorcha apagada

Jesús Valencia
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Morelia/Samuel Ponce Morales

Los antorchistas, emplantonados con demandas casi imposibles de cumplir, han hecho de la plaza Melchor Ocampo más que un tianguis; ahí pernoctan, ahí duermen, ahí hacen sus necesidades, comercializan sus chucherías y comida chatarra, ahí viven…

La gente pasa, mayoritariamente miran a los manifestantes con gran indiferencia, apenas una minoría con curiosidad, no saben sus peticiones; a veces, los antorchistas distribuyen volantes, a veces marchan, a veces gritan consignadas, pero siguen arrumbados.

Casi nadie sabe de sus extravagantes demandas que van desde millonarias inversiones para servicios públicos, pasando por la imposición de docentes en las cuales que están en su territorio, hasta la derogación de un gobierno municipal constitucionalmente constituido.

Los antorchistas son decenas, docenas, centenas y hasta miles sin llegar a miles de miles, que conforman una organización corporativa, donde la democracia entre ellos, entre gente pobre, se ciñe verticalmente con demasiadas aristas autoritarias.

Ellos, los antorchistas, estaban en plantón frente al Palacio de Gobierno, obstruyendo la vialidad de ese tramo de la avenida Madero, hoy ocupada por los normalistas, pero fueron convencidos por las autoridades a replegarse en la Melchor Ocampo.

Y ahí, en estos tiempos de crisis en las finanzas públicas, están en espera de una contrapropuesta a sus peticiones, algo que los haga levantar su movimiento, al menos con cierta dignidad.