Pedro Infante, el ídolo

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Morelia / Acueducto

Este 18 de noviembre se cumplen 102 años del natalicio de Pedro Infante, el ídolo mexicano quien nació en Mazatlán, Sinaloa en 1917 y quien dejó la escuela para trabajar, pues venía de una familia pobre.

Pedro, tuvo que viajar a la Ciudad de México para buscar nuevas oportunidades y dejó su natal Mazatlán, para iniciar una aventura que consideraba incierta, pues aunque tenía talento para cantar no se consideraba con lo necesario para triunfar en la industria cinematográfica.

Pedro Infante inició su carrera de actor en un papel perfectamente irrelevante, aunque vinculado, como es lógico, a la actividad musical que comenzaba ya a hacerle famoso: fue contratado para reforzar, en la película La feria de las flores (1943), la voz del protagonista Antonio Badú en la melodía que dio título a la producción.

La naturalidad, verismo y simpatía que impregnaban su trabajo de actor le supusieron un éxito inmediato, razón por la que comenzaron a lloverle las ofertas. Infante se convirtió así, muy pronto, en el galán y cantante favorito del cine nacional.

Su interpretación de papeles de gente humilde, siempre sencilla pero llenas de valor y a la vez sentimentales y nobles, le valieron la aceptación del gran público, que lo convirtió por antonomasia en el símbolo de la mexicanidad.

Intérprete especializado en el género de las rancheras, Pedro Infante llegó a grabar más de trescientas canciones que siguen gozando de gran popularidad en toda Latinoamérica, donde su muerte, en un accidente de aviación acaecido en las proximidades de Mérida (Yucatán) en 1957, provocó un dolor y una estupefacción semejantes a los que rodearon la desaparición de los míticos Rodolfo Valentino y Carlos Gardel.

La comedia Jesusita en Chihuahua, producida en 1942, constituyó una nueva revelación del talento interpretativo de Pedro Infante que, con naturalidad y verismo, personificaba a Valentín Terrazas, valiente sinvergüenza que se juega la vida por la mujer a la que desea y que termina por enloquecerlo de amor.

En La razón de la culpa, también de 1942, representó por única vez en su carrera el papel de «gachupín», mote despectivo que los criollos mexicanos aplicaban desde el siglo XVII al español que emigraba y se establecía en México, y que, por su condición de metropolitano, gozaba de mercedes y cargos de los que la Corona excluía a los criollos (el sobrenombre continuó usándose después de la Independencia para referirse a los emigrados económicos españoles en la otra orilla del Atlántico). Los resultados en tal papel dejaron bastante que desear. De 1943 es la filmación Arriba las mujeres, comedia ligera perfectamente obviable.

En el mismo año 1943, ya como protagonista y en una verdadera maratón cinematográfica, intervino en otras cuatro películas: Cuando habla el corazónLa AmetralladoraMexicanos al grito de guerra, titulada también Historia del Himno Nacional (drama patriótico que hubo de vencer ciertas dificultades para ser exhibido) y Viva mi desgracia, comedia ranchera que gira en torno a un brebaje denominado «Animosa», capaz de transformar al tímido Infante en un bravucón desvergonzado, y que parece un reconocimiento del papel catártico que se atribuye al alcohol en buena parte de las producciones de cierto cine mexicano.

Una de sus creaciones más representativas fue su actuación en Escándalo de estrellas (1944), comedia caricaturesca, caótica y dislocada en la que se realizan sangrientas parodias del mundo de Hollywood, cuyas estrellas, entre otras la célebre actriz Verónica Lake, sirven de blanco para las burlas de los guionistas, tal vez en una suerte de inconsciente venganza por el tratamiento que La Meca del cine reservó, tantas y tantas veces, a los actores mexicanos. Como dato curioso cabe destacar que el celebrado «gag» de la lectura de un texto muy largo, a cargo del propio Infante, fue copiado dieciséis años más tarde por el genial cómico Jerry Lewis en Cinderello (Érase una vez un ceniciento), de Frank Tashlin.

La biografía de Pedro Infante puede resumirse a partir de entonces en una serie ininterrumpida de películas ya como protagonista absoluto, que fueron creadas únicamente para el lucimiento personal de Pedro Infante y puestas al servicio de sus dotes musicales. Vale la pena mencionar, aunque sea tan sólo a título indicativo, Cuando lloran los valientes (1945), cuyo título parece un resumen de su personaje arquetípicoSoy charro de Rancho Grande y Nosotros los pobres, ambas estrenadas en 1947, y en las que Infante renueva su interpretación del emblemático personaje mexicano; Los tres huastecos y Ustedes los ricos, ambas de 1948; y El gavilán pollero (1950).

En 1951, siguiendo con su infernal ritmo de trabajo, interpretó A toda máquinaAhí viene Martín Corona y El enamorado, a las que siguieron, en 1952, Dos tipos de cuidado y Pepe el Toro; dos películas más: Escuela de vagabundos y El mil amores, en 1954; El inocente, en 1955, y Tizoc y Escuela de rateros, en 1956. Aquel mismo año, 1956, obtuvo el Premio Ariel a la mejor actuación masculina por el drama (uno de los pocos que interpretó en su fugaz pero intensa carrera) La vida no vale nada. Tras su muerte, fue distinguida su participación en Tizoc con el Oso de Plata del Festival de Berlín (1957) y el Globo de Oro de Hollywood (1958).