Morelia / Nancy Herrejón
Noche de los muertos en la tradición mexicana es una celebración a la propia muerte como figura. Cada año, de acuerdo con el calendario católico, los días con los que comienza el mes de noviembre se convierten en un ritual de antecedentes prehispánicos en el que se levantan altares para honrar a las animas. Se pone la mesa para recibir la presencia inasible de quienes ocuparon un lugar en el mundo de los vivos y que ahora toman forma en esencias, alimentos, bálsamos y elementos que los traen de vuelta.
La mesa puesta es la ofrenda, una práctica extendida desde que en el México prehispánico se rendía culto a los difuntos con rituales mortuorios destinados a encaminar su alma hacia el lugar de la muerte que les correspondía: Mictlán o Tlalocan.
La ofrenda comprende una práctica sagrada en la que las dádivas se representan a través del pan, la sal, la fruta, el agua, el vino y el alimento preferido del difunto. Se pueden enriquecer según la tradición de la región, comunidad o familia e incluir otros elementos que personalicen el acto. La ofrenda es, entonces, el reencuentro con un ritual que convoca a la memoria para dialogar con el recuerdo de los muertos.
Desde otro punto, la ofrenda es la fusión del viejo y el nuevo mundo que permitió la integración cultural de las costumbres europeas (flores, veladoras) y las tradiciones indígenas (copal, flor de cempasúchil y elementos naturales).
Entre los elementos imprescindibles que debe contener una ofrenda para está celebración están:
El agua. Fuente de vida. Después del recorrido que han transitado las ánimas, se ofrece el líquido para mitigar su sed y fortalecer su regreso.
La sal. Como elemento purificador ayuda a que el cuerpo no se corrompa y se mantenga en condiciones para su viaje de vuelta y su próxima venida.
Velas/veladoras. Las velas simbolizan la luz que guía a las ánimas en su visita y de vuelta a su morada. La flama simboliza la luz, la fe y la esperanza; en el México antiguo se utilizaban rajas de ocote, las que se intercambiaron por veladoras o cirios. En la tradición indígena cada vela representa a un difunto, y su color dependerá de la condición de la familia: los cirios morados son señal de duelo.
Copal e incienso. El copal es para los indígenas lo que el incienso para los españoles. Con la fragancia que despiden, se cree, se limpia el lugar de la ofrenda de los malos espíritus para que el alma pueda entrar sin ningún riesgo.
Las flores. La flor representativa de la festividad es la de cempasúchil. En el pasado se creía que esta flor tenía propiedades curativas, sin embargo ahora sólo se utiliza para adornar y aromatizar, algunas veces se deshoja para hacer caminos de pétalos que guíen al difunto del cementerio a la ofrenda, y de regreso.
Otros elementos:
El petate. Se coloca ya sea para que las ánimas descansen o sobre la mesa para colocar los elementos de la ofrenda.
El pan de muerto Uno de los elementos indispensables del altar es el pan, símbolo de fraternidad reconocido como “el cuerpo de Cristo”.
Un retrato. Se cree que la imagen debe permanecer escondida para que sólo pueda verse con un espejo, una manera de explicar que el difunto está pero ya no existe.