Morelia / Acueducto
Pizarnik viaja a París donde se desempeñó como traductora y lectora de escritores franceses, esta ciudad fue un refugio poético y emocional, una vida bohemia, de soledades acompañadas y amaneceres intermitentes.
También llegaron las pastillas que cada vez le resultaban más necesarias para explorar la noche y la escritura o convocar el sueño, siempre a riesgo de confundirse y agudizar, en lugar de apaciguar, la angustia que la empujaba a lanzar esos S.O.S. telefónicos a las cuatro de la mañana, los que, como recordaba Enrique Pezzoni, podían llevar al borde del asesinato a quienes más la querían
Conoce a Julio Cortázar, quien influye en su ánimo y corazón de manera imperfecta; también conoce a Octavio Paz y Rosa Chacel. Ahí estudió Historia de la religión y Literatura francesa; vive días extraños y los narra en sus escritos, escribe y camina, más tras 4 años de residencia poética, regresa a Argentina.
Los siguientes años son un proceso de extravío progresivo, lleno de escritos pesimistas y caídas emocionales que la sumen en depresiones profundas, intentos de suicidio y reclusiones en hospitales psiquiátricos. Alejandra está pérdida, sin voz.
Durante un fin de semana que consiguió como permiso para salir del hospital psiquiátrico donde estaba internada por un cuadro depresivo y dos intentos de suicidio Alejandra toma 50 pastillas de seconal sódico, es un 25 de septiembre y tenía 36 años.
La nueva sede de la Sociedad Argentina de Escritores se inaugura con su velorio. Sus últimos versos, encontrados en un pizarrón de la recamara sonde estaba dicen: No quiero ir / nada más/ que hasta el fondo.