Morelia/Erick Alba
La estampa dominical moreliana fluctúa entre lo señorial y lo pintoresco a pesar de que quienes contribuyen a esa imagen, los artistas, no tienen retribución en ello. Es un acto de gentileza entonces, de servicio público nacido del sacrificio que contiene el arte porque simplemente “no hay mercado aquí”.
El Jardín de las Rosas tal vez sea el más artístico de los rincones de Morelia: tiene frente a sí, sobre la calle Santiago Tapia, al Conservatorio; al Museo del Estado en su parte poniente; al Teatro José Rubén Romero y al Centro Cultural Clavijero, en su límite poniente; y a los cafés al aire libre, en su parte sur, en los que se reúnen músicos, pintores, escritores, actores y toda la fauna que sostiene a Morelia como la principal ciudad artística del país.
Pero este domingo está lejos de la quincena y el puente del Primero de Mayo es todavía lejano. Los paseantes son pocos en realidad, más allá de los comensales que salen en familia a desayunar en los mismos cafés que ya conocen y a curiosear entre las mismas obras que cada domingo son expuestas.
Por hoy, como cada domingo, la plaza pública muda el nombre al de Jardín del Arte. Es una concesión que obtuvo el grupo que presenta óleos, acuarelas, acrílicos, escultura de bronce, ensamble de chatarra, talla de madera, dibujo y fotografía.
Eugenio Altamirano Gamiño, uno de los fundadores de la agrupación que lleva ya tres décadas ocupando el espacio, dice que en realidad son 50 años desde la primera exposición dominical, aunque la actividad se detuvo y fue hace 30 que se retomó sin que parara desde entonces.
“La venta es difícil, una o dos piezas porque no hay mercado aquí. Con esta situación está más difícil, de hecho nunca hemos vivido de lo que se vende aquí, venimos con la idea de compartir el trabajo y que la gente pueda ver una obra ya que no puede tenerla en su casa, pero para vivir está en chino”.
Después de tanto tiempo, la agenda está bien marcada: cuatro exposiciones temáticas por año y el resto en tema libre, pues se debe aprovechar a afluencia de temporada a través de la Semana Santa, el aniversario de Morelia cada 18 de mayo, el aniversario de la agrupación, en agosto, y la Noche de Muertos, a principios de noviembre.
Sin embargo, hoy sobresale una pequeña mesa con algunos libros usados a los que se acerca un cantante ambulante con todo y guitarra, una familia que desespera ante la pasividad de la madre viendo cada uno de los ejemplares, y cualquier otro paseante con tiempo para hojear el papel de un color amarillento y reverencial.
“Con motivo del día del niño, una de las personas amigo del grupo trajo un lote de libros para regalar a niños o personas que se acercan y para solidarizarnos con el Día Mundial del Libro”, explica Altamirano Gamiño.
“Sabemos que es importante la lectura, es una manera de hacer que la gente se interese y ha tenido mucho éxito porque se agotaron los títulos, y la intención es hacerlo periódicamente, cada mes o dos meses, para que la gente acuda con un título y los que quieran traer algún texto para donarlo, también están invitados”.
Con iniciativas como ésa, la de regalar libros con la posibilidad de volver por otro y devolver el primero, es que se mantiene la cara solidaria de Morelia que se construyó a través del arte y la cultura y que luego sucumbió ante el peso de las balas, aunque ahora parece resurgir.
Y es la misma táctica por la que nuevos exponentes que cargan el mismo sentido de solidaridad experimentan con sus propias técnicas, aprovechando su contacto con la tecnología:
“Hay jóvenes que hacen fusión de diseño entre foto digital y su obra, pintura surrealista, abstracto. En el devenir de cada artista se va sintiendo la necesidad de expresarse de una manera diferente, y se busca la muestra de la evolución natural de la gente que quiere hacer algo trascedente”, sentenció el promotor.
A pesar de lo estoico que esto parece, no todas son pérdidas pues a cambio de las ventas que no llegan o del acoso que durante más de 20 años vivieron los pintores del Jardín del Arte por parte del Ayuntamiento de la ciudad, también lograron ser invitados como expositores a otras ciudades.
Eugenio Altamirano explica entonces que “hemos expuesto en Guadalajara, Zapopan, Ciudad Obregón, Guaymas, Hermosillo, Zacatecas, Ciudad Victoria, Toluca, estaciones del metro en la ciudad de México y otras en otras ciudades”.
De esa manera se mantiene una suerte de garantía costumbrista para la ciudadanía moreliana, en medio del paradójicamente habitual sobresalto en que nos hundió la violencia y la inestabilidad política michoacana que ya es referencial para todo México, aunque el arte se mantiene en pie como la necesaria alternativa de cohesión que por hoy es explotada con mayor eficacia por parte de los verdaderos servidores públicos: los promotores independientes.