Paradoja de partidos y partidistas

Especial
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Morelia/ Ramón Méndez

A propósito de las próximas fracturas que seguramente se darán en los institutos políticos del país por diferencias en leyes reglamentarias

Cuando tuve que salir de Michoacán por razones familiares, en la Ciudad de México volví a la oficina que me había servido de refugio los últimos años que estuve en la capital del país, pues en el diario El Día, vocero del pueblo mexicano, donde yo trabajaba, suspendieron los sueldos porque la cooperativa no tenía recursos para sostenerse.

Corría el año de 2009, en sus comienzos. Me imaginé que mis viejos camaradas podrían echarme otra vez una mano, en mi caso de necesidad. Y fui nuevamente a esa oficina a pedir ayuda. Iba con la ilusión de contribuir a la edición de su periódico mensual, a cambio de algún recurso por el que pudiera tener para comer.

Me encontré con la gran sorpresa, pese a todo lo sabido de antemano por los críticos del troskismo de que todo troskista es susceptible de dividirse en dos, de que los cinco camaradas que se habían sostenido hasta el fin, terminaron en una grave discusión en que se vieron obligados, por sostener sus posiciones, a dividirse en tres facciones.

Sobra decir, pero es pertinente hacerlo, que el periódico ya no se publicaba y, claro, yo no podía caber ahí más.

En un nuevo trabajo que la vida me ofrece, pienso: ¿Cuál es el partido que no es así? Y me contesto: Todos brincan como changos de una liana a otra, de una rama a otra, según disponga el Presidente, el Gran Gurú, y se les viene en menos el cambio de colores de las banderas. Como quien dice la frase, dicha aquí en Morelia al paso de las tropas de la Revolución: “Hay que cambiar de chaqueta”.

Antes ya había pasado, por la bella Valladolid, las tropas del caudillo de la Independencia, y después sus perseguidores, y la orden se dio: cambiarse las chaquetas. Por eso a los de los partidos les decimos “los chaqueteros”, frase que no tiene ninguna alusión sexual, menos la de onanistas. Eso es cosa probada, perdón, quise decir privada.

La división por intereses personales sucede en poderosos imperios, grandes reinos, provincias pequeñas y países bananeros, en familias ricas por abolengo y en las que los huérfanos pelean el asunto de quién se quedará con la única yunta, quién con los bueyes y quién con los trastes y la mesa del comedor.

En la época actual se puede observar bien en las facciones en que se parten los partidos políticos de izquierda y de derecha. No hay aún datos específicos del cómo se desgajarán esos institutos políticos con la discusión de las leyes reglamentarias de las reformas constitucionales ya hechas en materia fiscal, energética, educativa y de telecomunicaciones, pero ya se ve al interior de los partidos cómo las fieras sacan las uñas y enseñan los dientes.

No faltará bolita en que uno, con alguna ascendencia entre compañeros y no satisfecho en la negociación, se retire del juego diciendo que ya no le entra y que se lleva sus monitos; otros, sin seguidores, brincarán a otro lazo, no importa el color que les toque, con tal de seguir al amparo del presupuesto público.

¿Qué saldrá de ahí? Seguro, nuevos negocios familiares transformados en partidos políticos. Por buena suerte estoy fuera de la negociación.