Morelia/ Redacción
El vocero y líder de los grupos de autodefensa, el doctor José Manuel Mireles dio una entrevista a el diario La Razón, en el marco del registro de las armas de estos grupos ante la autoridad federal y en el despliegue mediático de lo que se ha dado por llamar el inicio dl desarme, mismo que han desmentido los líderes de estos grupos civiles armados.
En esta entrevista el doctor Mireles hace un recuento del costo de mantener el movimiento, el registro de armas y de la necesidad al final del encuentro armado, de contar con protección, pues será por siempre un blanco del crimen organizado, a continuación la entrevista integra:
Mireles se hace cuidar por 35 escoltas y siete vehículos… y pide más
José Manuel Mireles tiene un equipo de escoltas de más de 35 empistolados y siete camionetas, una de ellas, en la que viaja el principal líder de las autodefensas, está blindada. Ayer llegó a Coalcomán vestido con jeans, una playera blanca, zapatos tipo top sider y con toda esa comitiva para atestiguar el registro de armas a cargo de la Secretaría de la Defensa.
Un hombre regordete con barba de candado y una playera azul con la leyenda: “Autodefensas Michoacán” bajó de un jeep blanco que seguía al convoy de Mireles, y se estacionó frente al auditorio principal del municipio. Antes de sentarse en la mesa de una lonchería que queda enfrente, comenzó a dar órdenes para que sus compañeros se repartieran y apostaran en torno al inmueble al que entraba su líder.
“Todo depende de dónde vayamos. A veces desplegamos más de 13 camionetas hasta con ocho compañeros armados en cada una”, me dijo el tipo mal encarado, pero con el tono de voz de un adolescente.
Los escoltas de Mireles son voluntarios de Michoacán, principalmente de Tierra Caliente, que se pelean por brindarle protección. Viajan en otro jeep, rojo; una Ford Lobo color negro y un Tracker azul 4×4, entre otras.
“Estos hombres que ves aquí vienen de diferentes municipios que han demostrado trabajar bien”, dijo. Y explicó que eran los más valientes y precisos a la hora de disparar, según lo mostrado por cada uno en las confrontaciones contra los templarios en los últimos 14 meses.
Entre los guardaespaldas hay jóvenes de menos de 25 años con pistolas y fusiles de alto poder. Mireles, de poco más de 1 metro 90 centímetros de estatura y con el pelo cano, un poco largo y desaliñado, sostuvo una conversación privada con el comisionado de Seguridad para Michoacán, Alfredo Castillo, quien supervisaba el registro de armas y la toma de huella balística.
Al término, Mireles se acercó al alcalde de Coalcomán. Algo le dijo al oído. “Le pedí que me ayudara con la gasolina de las siete camionetas de mi comitiva”, me confesó después el líder de las autodefensas.
Confirmó que desde hace dos meses pidió ayuda al Gobierno federal, así como a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para que le dé seguridad: “Las medidas cautelares porque, después de que el movimiento termine, mi vida corre más peligro. Ahorita traigo siete carros de escolta, pero después no voy a poder ni traer una bicicleta de custodia y sin embargo voy a ser un blanco permanente para el crimen organizado”.
—¿Qué pide?
—Auto blindado, escolta personal: el número de elementos que ellos quieran proporcionar pero que sí sean efectivos y de preferencia del Ejército. Ya está todo ese trámite, cada vez me piden algún documento o requisitos que estamos enviando.
—¿Cómo elige a los hombres que le cuidan por ahora?
—Todos son voluntarios.
En eso le chifló a uno de su séquito que momentos antes le había dicho: “¡Hey, doctor échese un trago de agua!” y le había quitado la rosca a la botella de plástico al final del encuentro con Castillo, que debió haber durado 20 minutos. Su asistente, un hombre con los pantalones sucios y roídos al igual que la playera y las mejillas agrietadas y con tierra, se acercó de inmediato.
—Dile cuánto te estoy pagando.
—Ja, ¿pagando? A veces si no hay comida así nos vamos a perseguir templarios.
—Ayer estuvimos todo el pin… día sin comer. Hasta en la noche conseguimos un taco con la gente del pueblo. Estoy bien endrogado, yo tenía mi capital cuando empezó el movimiento, pero a los tres meses se me acabó, repuso Mireles.
—¿De cuánto era su capital?
—Tenía propiedades y dinerito ahorrado.
—¿Vendió las propiedades?
—Vendí las propiedades para comprar armas, para abastecer los vehículos, para la comida. Los primeros tres meses no le pedí ayuda a nadie y traíamos unas cien camionetas llenas de gente. Inicialmente llegaban vecinos de los ranchos y me decían: “oye, yo quiero vender mi rifle porque no tengo pa´comer. Pues órale. Empezamos con puro pin… fierro viejo. Llegué a pagar hasta 50 mil 60 mil por unas chin… de armas; ahorita ya pagas la mitad por un buen fusil.
—¿Cuánto cree haber invertido?
—Unos siete millones de pesos entre mi familia y yo.
—¿Ha sido justo?
—Está bien, mira: nomás de puros secuestros de mis hermanas y mi tío Alfredo se han pagado más de 50 millones de pesos entonces no es nada lo que estamos invirtiendo para que esto ya no se repita.
En el encuentro entre Castillo y Mireles, según este último, se habló de alentar el registro de armas de la mayoría de las autodefensas, así como de conformar la policía rural con vecinos y que gocen de buena reputación, antes del 11 de mayo.
En Arteaga se encontraba ayer otro de los líderes. Estanislao Beltrán, Papá Pitufo, se mantiene al frente del avance de las autodefensas para sorprender a Servando Gómez, La Tuta, quien supuestamente está agazapado en una cueva.
“Pero no lo queremos muerto. Lo queremos vivo al güey porque tiene mucho qué decirnos, mucho”, dijo Mireles.
Luis Javier, un rubio de ojos verdes entrado en los 30 años, acudió ayer a registrar su R15 comprada en junio pasado después de que su padre conspirara en una casa secreta en Coalcomán para levantarse en armas contra los narcotraficantes.
El muchacho es el único varón en una familia conformada por cuatro mujeres.
“Los malandros se metían a casa y decían: ‘Te traigo al rato a tus hermanos y a tu jefa’”, recordaba ayer mientras un sargento del Ejército sentado frente a una máquina de escribir hacía el trámite de registro.
Entonces, Luis Javier y otros amigos del pueblo contactaron a un vecino suyo que va y viene a Estados Unidos para que introdujera el armamento.
“Después de llamarle por teléfono y darle algo de dinero nos trajo 10 armas largas. Sólo él sabe cómo las metió”, narró.
Después de la visita que hizo Mireles para supervisar que las armas no fueran confiscadas, sino sólo registradas, volvió a Caleta, localidad cercana a Lázaro Cárdenas, donde está uno de los principales puertos marítimos del país que, según información confidencial, es punto donde La Tuta envía polvo de hierro a China y a cambio recibe químicos para elaborar metanfetaminas que después contrabandea a Estados Unidos. Y donde horas más tarde fuera capturado el tesorero del capo.