El Infiernillo en tiempos de otoño

Foto: Samuel Ponce.
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Arteaga/Samuel Ponce Morales

Hoy no es un día cualquiera, tampoco muy histórico, solo diremos que es el preámbulo de un aniversario más de la Revolución Mexicana.

Pero, este día hubiera pasado casi desapercibido, sino es por el paso por una de las zonas más calurosas del estado.

Un poco más del mediodía, y en la costa el calor no es tan abrumador, ni en las primeras decenas de minutos tumbo al «corazón» del estado.

Foto: Samuel Ponce.

Sin embargo, en El Infiernillo, más aún, mucho antes los rayos del sol caen sin piedad, sin miramiento alguno.

Uno lo sabe, uno está consciente, que en ese inevitable paso, el cuerpo, más el rostro, se contraerá.

Y, se contrae. No, no se queja uno en demasía, si acaso unas palabras por no dejar, por hablar del tema.

Foto: Samuel Ponce.

Como si los de a lado de uno no lo supieran, solo uno, aunque hay dejos de una solidaridad no pedida.

Es en ese lapso, en que la frente se estremece al cuadrado y los ojos quisieran parpadear como limpia para brisas.

Y, la mirada no encuentra sosiego en esa inmovilidad no esperada, no deseada, sin contra propuesta a la vista.

Foto: Samuel Ponce.

El calor cala, el cuerpo suda y no suda; voltea uno por doquier, solo oscilantes pastizales secos, languideciendo, aunque no sea así.

Más allá, no tanto, las aguas embalsadas de El Infiernillo parecen exhalar vapor, pero no solo aparecen espejismos.

Las aguas no están quietas, se mueven y jugueteando con el sol hace diamantes de oropel, blancos, mayoritariamente blancos.

Foto: Samuel Ponce.

A los lejos, ese fluir con engañosos cristalinos, que pareciera un oasis, murmura zambullirte en el.

Luego, todo pasa, nada queda, a excepción de la lenta agonía de la última gota de sudor.

Foto: Samuel Ponce.