Morelia/ Ramón Méndez
Hay, dice el dicho, tres cosas más valiosas que otras: el día de la muerte, mejor que el del nacimiento; el perro vivo más que el león muerto, y otra que no me acuerdo.
Y bueno, ni más ni menos, ayer a las dos de la tarde pasó el buen “Gabo”, Gabriel García Márquez, a ese mejor día que el de su nacimiento, es decir el de su muerte, y deja de herencia para las generaciones posteriores muchos libros muy interesantes e instructivos.
No este el espacio, ni el tiempo, para entrar a profundidad en la enorme riqueza literaria que lega Gabriel a los que nos gusta la lectura, pero es pertinente decir que con el pésame estaremos dispuestos a disfrutar otra vez de sus obras tan bien escritas e imaginativas.
Cabe citar los títulos de algunas, para quienes aún no lo han leído puedan gozar de su escritura, si es que hacen caso a esos nombres: Cien años de soledad, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, Relato de un náufrago, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos de cólera, Los funerales de la Mamá Grande, y otras que a quien se interese la va a ser fácil conseguir, pues por esa excelente producción literaria fue honrado con el Premio Nobel de Literatura en 1982.
Día de celebración, ayer, 17 de abril, el de su muerte, que ya van haciendo cadenita en este 2014 con otros célebres hablantes de la legua española que tomaron ese camino en enero: Juan Gelman y José Emilio Pacheco.
Brindemos, pues, esta copa fúnebre a su salud.