Calor y danzón

Imagen: Héctor Tapia
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Morelia/Héctor Tapia

La mayoría llega con sus zapatos relucientes, impecables. Es una noche calurosa en la capital del estado. Algunos más llegan en tenis, o ropas más cómodas. Se acomodan en las sillas que fueron acomodadas alrededor del quiosco de la Plaza de Armas.

El ambiente está prácticamente a media luz. Suenan los dulces y suaves compases de “perfume de gardenias”. Una pareja de adultos, con sus canas predominando su cabellera, se pone de pie.

Él, le toma la mano a ella, la lleva al espacio más cercano. Una de sus manos la posa en la cintura de su pareja. La otra, sostiene con gallardía y delicadeza a la señora que se deja llevar al ritmo de la música y su pareja de baile.

De fondo, la imagen iluminada de la Catedral Metropolitana de Morelia enmarca una creciente cantidad de personas que llegan a la plaza para bailar un rato, o para ver a quienes sí están danzando.

Se acaba el danzón, pero la música en vivo continúa. Ahora comienza a sonar la cumbia. “Cómo te voy a olvidar”, repite el vocalista que está desde el quiosco guiando a los morelianos que se detienen a bailar. “Cómo te voy a olvidar”, insiste, al igual que la joven pareja que comienzan a dar vueltas.

El ritual de enredar y desenredar, guiar a través de la música, y dar vueltas, hacer figuras, se propaga.

No todos bailan, pero sí observan, platican, critican o halagan. “Ya viste, ese sí sabe bailar”, dice una jovencita al joven con el que iba.

La música continúa y la plaza sigue llenándose. Las familias siguen llegando, no caben ni en las bancas de cantera ni en las sillas que se dispusieron para los asistentes. De pie siguen a los bailadores alegres que pudieron, al pasar por ahí, hacer despliegue de sus habilidades dancísticas.

La Catedral perfectamente iluminada se ve de fondo. Los bailadores no se distraen. Al calor del domingo y del danzón bailan, ríen, comparten.