Morelia/ Ramón Méndez
Estoy viendo la Luna, casi completa, blanca, brillante. Desde la mañana, y toda la tarde, han estado diciendo en las noticias que habrá eclipse de luna, total, y se mirará roja la muchacha.
Tengo la comisión de redactar una crónica cada día, y ese trabajo lo comencé con la noticia, oída en un aparato de radio, del eclipse de luna que habrá esta noche.
Serían ya casi las doce cuando la niña empezó a perder sus partes, muy poco a poco; no se le ve nada rojo, es blanca, en absoluto, como una flor de pétalos plateados.
Pasada la media noche ya lleva comida la mitad por la sombra que la Tierra le arroja, y se ve como una blanca flor en el cielo, luciendo sus pétalos mordidos por esos dientes de la sombra terrestre.
Dada la madrugada, esto a las dos y media, efectivamente la Luna se ve roja, y chica. Cerca de ella, en el cielo, desde el punto de vista de acá, también rojo, se ve el planeta Marte, ese guerrero chico, más allá del cinturón de asteroides, esta vez en el punto más cercano a nuestro planeta por más de un siglo, según informan los astrónomos.
La Luna está roja, roja, como los locutores de los noticieros habían dicho, y junto Marte, de un rojo más pálido. Los vecinos están metidos en sus casas, nadie en la calle, ni borrachos, para mirar el fenómeno celeste: seguramente prefieren verlo por televisión.
Casi a las tres de la madrugada la Luna sigue roja, está redonda, chica, parece una mancha de sangre en el cielo oscuro, y poco a poco se deshoja en el mar de la noche para hacer otra vez el plenilunio plateado que era antes del eclipse.
La luna roja se va, y yo me duermo.
Amanece el día 15 de abril de 2014 y todo sigue igual, pasa el camión que vende gas, suenan los campanazos de los que recogen la basura, las señoras asoman sus escobas para barrer la calle: el mundo no se acabó, como unos pesimistas pensaban, con el eclipse que puso roja a la Luna.