Arantepacua, Nahuatzen / Héctor Tapia
El descontento e inconformidad prevalecen en la comunidad de Arantepacua a casi un año de la incursión de la Policía Michoacán que dejó cuatro habitantes muertos, uno de ellos un joven de apenas 16 años.
Las paredes son los murales de la memoria de esta población que aún se siente lastimada y clama justicia, y el alcance de esta memoria ha empujado también a Arantepacua a la búsqueda del reconocimiento de su autonomía, más allá de los partidos políticos.
Al entrar en la comunidad están los puestos de vigilancia; apenas unos costales encimados unos con otros, a manera de barricadas, cubiertos con un techo de láminas. Están solos, en ese momento los cuaris (elementos de seguridad comunitarios) realizan su trabajo de vigilancia en otros puntos de la comunidad.
En los muros hay dibujos de zapata y del sub Comandante Marcos, acompañados con letreros que remarcan que el 5 de abril no se olvida, y que tampoco los partidos son bien vistos en la comunidad, que ya tomó la determinación de no dejar que se instalen casillas en este proceso electoral.
Hay tranquilidad entre los habitantes, que se refleja en el paso que llevan mientras caminan en las calles, o que miran desde las tienditas el paso de quienes llegan, todavía con cierto grado de desconfianza hacia los extraños que pasan.
Hace casi cinco años estas calles habían sido escenario de lo que algunos llamado enfrentamiento entre habitantes y policías estatales, aunque otros lo consideraron una agresión contra la población, por tratar de recuperar una veintena de vehículos que habían sido retenidos como parte de una protesta.
Ya antes otros grupos sociales habían protestado de la misma forma, reteniendo vehículos. Pero no se había dado una respuesta oficial de esta forma, lo que aún mantiene desconcertados a los líderes comunales que aseguran no entienden por qué se dio la respuesta armada de los elementos de la policía aquel 5 de abril, y que sacudió a la población provocando un resentimiento contra el gobierno del estado, aunque más allá, contra cualquier autoridad emanada de los partidos políticos.
A tres semanas de que se cumpla el aniversario la comunidad vive tranquila; en la plaza principal se instala un pequeño tianguis, donde venden desde ropa hasta comida, mientras en las bocinas que están colgadas en altos postes y elevadas sobre las casas del pueblo suena la voz de una mujer que da diversos anuncios en purépecha, en una especie de radio comunitaria que mantiene informados a los habitantes.
La comunidad está tranquila y sigue con su dinámica de todos los días. La imagen de personas corriendo, apresuradas, gritando o llorando, reclamando, de hace casi un año pareciera un recuerdo muy lejano; pero no, las paredes y sus murales son enfáticos en recordar. Hay descontento y enojo, pero se organizan. Hay indignación en los habitantes y siguen clamando justicia. Ellos se alistan para salir a Morelia, llevarán su memoria y reclamarán (de manera pacífica, aseguran) por sus muertos.