Regresa Poniatowska a Tlatelolco

Especial
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Morelia/Acueducto
Luego de 50 años de los hechos ocurridos en Tlatelolco, Grupo Reforma publica una entrevista con la escritora Elena Poniatowska, quién relata lo sucedido aquella noche, a continuación el texto íntegro:
Era jueves 3 de octubre de 1968. Elena Poniatowska, reportera de Novedades, con 36 años y un hijo recién nacido, se levantó temprano para recorrer la Plaza de las Tres Culturas.

En Tlatelolco, la periodista encontró un “estado de sitio”: camiones del Ejército, tanques, soldados apostados en todos los rincones del conjunto habitacional, trabajadores limpiando la explanada manchada de sangre, vidrios rotos en los locales de las plantas bajas de los edificios, y decenas de zapatos tirados en las jardineras de la zona arqueológica.

Los periódicos del día reportaban que en el lugar se había librado un “enfrentamiento” entre el Ejército y estudiantes, a quienes llamaban huelguistas, terroristas, francotiradores… “Tlatelolco: campo de batalla”, tituló El Universal. “Recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas”, encabezó Excélsior. “Muchos muertos y heridos. Balacera del ejército con estudiantes”, reportó La Prensa. “Francotiradores abrieron fuego contra la tropa en Tlatelolco”, informó El Sol de México. “Sangriento encuentro en Tlatelolco. Represión inmediata de disturbios y escándalos”, advirtió El Heraldo.

En realidad, se había tratado de un enfrentamiento entre el Batallón Olimpia (un cuerpo de militares vestidos de civil) y el Ejército. Una operación orquestada para disolver el movimiento estudiantil que, desde mediados de julio, había movilizado a miles de jóvenes en la Ciudad de México, y que el gobierno del priista Gustavo Díaz Ordaz consideraba una amenaza a los Juegos Olímpicos que habrían de inaugurarse el 12 de octubre.

Cincuenta años después de los hechos, Elena Poniatowska recuerda así aquel día: “La noche del 2 de octubre, a las 8 de la noche, quizás 8:30, me habló una muy querida amiga, María Alicia Martínez Medrano… ella y Margarita Nolasco habían estado en Tlatelolco y me dijeron: ‘es terrible, están perforadas todas las puertas de los elevadores, hay sangre en los pasillos, en las escaleras, vimos una cantidad enorme de zapatos de la gente que se iba escapando entre las ruinas prehispánicas; hay gente muerta, llovió muchísimo, durante mucho rato, agarraron y desnudaron a los líderes o a los que consideran líderes… Tienes que ir para allá'”.

La periodista había tenido a su hijo Felipe en junio, por lo que esa noche prefirió quedarse en casa, para poder ir el jueves a primera hora.

“Me fui muy temprano y todavía había tanques, estaban todos los vidrios rotos de todas las tiendas de abajo de Tlatelolco, estaban todavía los zapatos regados, estaban soldados, tanques, y recuerdo que en una caseta telefónica había un soldado que estaba diciendo: ‘ponme al niño, ponme al niño, quién sabe cuánto tiempo vayamos a estar aquí, yo quiero oír al niño, pónmelo, pónmelo’. Eso me dio también la dimensión de que incluso a los soldados les puede pasar algo que los haga sufrir, como es una orden de estar en un estado de guerra, porque aquello era un estado de sitio… yo sentí que todo el enclave de Tlatelolco estaba en un estado de guerra, me impactó mucho, y a partir de ese momento empecé a recoger testimonios…”, narra la escritora.

Casada con el astrónomo Guillermo Haro, Elena Poniatowska pudo conocer -primero en su casa- relatos de primera mano de quienes estuvieron aquel 2 de octubre en Tlatelolco.

Y después, en la cárcel de Lecumberri, recogió los testimonios de los principales dirigentes del movimiento estudiantil: Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Luis González de Alba, Salvador Martínez della Rocca El Pino, Félix Fernández Gamundi, Eduardo Valle Espinoza El Búho, Pablo Gómez, Gustavo Gordillo…

Dedicaba los domingos a visitar a los presos políticos que habitaban las crujías de Lecumberri, a veces acompañada de su esposo, quien tenía una estrecha amistad con el historiador y filósofo Eli de Gortari, un maestro universitario preso desde septiembre del 68 por su solidaridad con el movimiento estudiantil.

“Iba los domingos a verlos y a entrevistarlos, era el día en que se podía uno apuntar para ir. Quien más me ayudó en esa época era Raúl Álvarez Garín, que reunía a muchos presos en su celda para que me platicaran. Su celda era chiquita, pero funcionaba como confesionario… Después llegaba a mi casa a transcribir todo lo que me habían contado”, relata Poniatowska.

Además de Eli de Gortari, en Lecumberri estaban presos personajes como Heberto Castillo, Manuel Marcué Pardiñas y José Revueltas, con quienes Poniatowska también habló, sobre el movimiento del 68, la represión y la censura del régimen.

Los testimonios se fueron acumulando en notas apiladas sobre la mesa de trabajo de Elena Poniatowska, pero nunca llegaron a publicarse en Novedades, el periódico de la familia O’Farrill que, al día siguiente de la matanza, había informado: “Balacera entre francotiradores y el ejército en Ciudad Tlatelolco. 25 muertos y 87 lesionados. El general Hernández Toledo y 12 militares más están heridos”.

Por esos días, previos a los primeros Juegos Olímpicos a celebrarse en un país latinoamericano, estaba en México la periodista italiana Oriana Falacci, quien acudió al mitin de Tlatelolco y resultó herida en medio de las ráfagas. Poniatowska fue a verla al Hospital Francés, entonces ubicado en la calle Niños Héroes.

“No la vi tan gravemente enferma o herida, pero sí la vi muy enojada. Todo el tiempo tratando de comunicarse a Italia para pedir que la delegación deportista no viniera, en señal de sanción y de rechazo, a los Juegos Olímpicos mexicanos”, recuerda la escritora.

Años después, Falacci (autora de Entrevista con la historia, un clásico del periodismo del siglo XX) recordaría el 2 de octubre como una masacre peor a las que vio como corresponsal en la guerra de Vietnam.

Pero su entrevista con Poniatowska tampoco fue publicada en México.

* * *

Es domingo 16 de septiembre de 2018. Elena Poniatowska, escritora reconocida mundialmente, ganadora del Premio Cervantes de Literatura, regresa a la Plaza de las Tres Culturas.

Camina por la enorme explanada, donde aún se proyecta la sombra matutina del edificio Chihuahua. Cuenta los pisos, tratando de ubicar el balcón en el que estaban los dirigentes del movimiento estudiantil aquella tarde del 2 de octubre de 1968.

Se detiene un momento frente a una estela de cantera que se levanta en medio de la plaza -un memorial con los nombres de algunos de los caídos, promovido por Raúl Álvarez Garín y el Comité 68-. La escritora lee el poema que ella misma le pidió a Rosario Castellanos para ser labrado sobre la roca: “¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. / Al día siguiente, nadie. / La plaza amaneció barrida. / Los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. / Y en la televisión, en el radio, en el cine, no hubo ningún cambio en el programa. / Ningún anuncio intercalado. / Ni un minuto de silencio en el banquete. / (Pues prosiguió el banquete)”.

No es la primera vez que Poniatowska regresa a Tlatelolco; ha estado ahí infinidad de veces, la última, en un mitin de Andrés Manuel López Obrador. Pero camina como quien redescubre un escenario ya olvidado, tratando de ubicar el pasillo por el que se introdujo a la Plaza aquella madrugada del 3 de octubre.

Voltea a ver las ruinas arqueológicas, y recuerda que ahí estaban -tirados, desordenados- los zapatos de quienes perdieron la vida, de los que salieron huyendo descalzos.

Antes de entrar al edificio Chihuahua, voltea hacia el poniente y señala el convento de Santiago, un monumento colonial del siglo XVII, testigo mudo de la represión.

“Ahí está, abierta, la iglesia de Santiago Tlatelolco… Dicen que fueron muchos a tocar la puerta y que decían ‘¡abran, abran!’, y que nadie les abrió…”, relata.

La escritora de 86 años accede a subir tres pisos por la escalera del edificio Chihuahua, para visitar el balcón donde estaban los oradores del mitin del 2 de octubre. Desde ahí, fue visible la luz de bengala que sirvió de señal para que el Batallón Olimpia abriera fuego, provocando la respuesta del Ejército y la muerte de decenas de civiles en el fuego cruzado.

En los pasillos del Chihuahua -recuerda Poniatowska- fueron detenidos los líderes; desnudados y sometidos, antes de su traslado al Palacio Negro de Lecumberri. Otros fueron llevados al Campo Militar número 1; otros, a los separos de la Dirección Federal de Seguridad; otros, simplemente desaparecieron…

Desde el balcón se observa un altar prehispánico en forma de circunferencia, que la escritora ubica como una piedra de sacrificios. Atrás del balcón, se extienden los pasillos en los que fueron acomodados los cadáveres de los estudiantes, sacrificados aquella tarde de 1968.

“Qué traumático, ¿no?”, dice antes de echar un último vistazo a la plaza.

Al bajar del Chihuahua, la escritora camina hasta la iglesia, entra a ella y, con cierto asombro, observa la austeridad del recinto.

“Son franciscanos… pero no le abrieron a los estudiantes que les pedían auxilio”, lamenta.

Sin embargo, cuando una beata de la congregación le pide que escriba de su templo, para ver si así alguien se acuerda de donar para su mantenimiento, ella sólo sonríe, pronuncia un “sí” como mentira piadosa, y hasta accede a tomarse una selfie con la mujer, que seguramente ignora lo ocurrido en la puerta del convento hace 50 años.

Antes de que Poniatowska abandone la Plaza, se escucha el sonido de aeronaves militares que cruzan el cielo de la Ciudad de México. Arriba del edificio Chihuahua, pasan helicópteros MI-17 y Black Hawk, jets F-5E, aviones caza, cargueros y bombarderos… Es el desfile militar del 16 de septiembre.

La gente que pasea ese domingo en Tlatelolco se emociona al ver las 192 aeronaves que la Fuerza Aérea Mexicana puso a volar en el último desfile aéreo del presidente Enrique Peña Nieto.

Elenita apenas voltea a ver esas máquinas de guerra.

* * * *

En 1970, la editora Neus Espresate buscó a Elena Poniatowska para proponerle publicar, en un libro, los testimonios que había recogido sobre la noche de Tlatelolco.

La hija de Tomás Espresate Pons, un republicano español exiliado en México, publicaba obras de pensamiento filosófico, novelas y ensayos de autores principalmente de izquierda en la editorial Era, fundada por su padre, sus hermanos y el artista Vicente Rojo.

“Yo no decido hacer ningún libro, yo soy periodista; yo creía que me iban a publicar todos esos testimonios en el periódico. En esa época, yo trabajaba en Novedades, y creí que me los iban a publicar. Incluso, le hice una entrevista muy larga a Oriana Falacci, pero me rechazaron todos los artículos; los guardé encima de una gran mesa, que era una copia de una mesa diseñada por Luis Barragán, sobre la que yo trabajaba, y ahí se quedó un montonal de hojas. Se quedaron sin publicar, pero yo seguí trabajando, seguí haciendo entrevistas, seguí yendo a Lecumberri…”, recuerda Poniatowska.

Cuando Ediciones Era decide publicar La Noche de Tlatelolco, se corrió el rumor de que había llegado un anónimo a la editorial, amenazando con ponerle una bomba a la imprenta por difundir el relato del movimiento estudiantil.

Después, se dijo que lo iban a incautar en las librerías, que iban a ir agentes del gobierno de Luis Echeverría a recogerlo de los aparadores.

“Don Tomás Espresate dijo: ‘miren, yo estuve en la Guerra Civil de España, yo vi caer las bombas, yo sé lo que es pelear, y ese libro se publica’. Al final, todo eso sirvió como la mejor manera de hacerle publicidad al libro, porque en ese momento toda la gente quiso comprar uno, y entonces se agotó en una semana una edición, en otra semana la segunda edición, y así… nada mejor podía pasarle al libro”, narra.

Publicado en 1971, el libro de Poniatowska es un testimonio polifónico dividido en dos capítulos; uno sobre el movimiento estudiantil que antecedió al 2 de octubre (“Ganar la calle”) y otro sobre la matanza en la Plaza de las Tres Culturas (“La noche de Tlatelolco”).

Los testimonios recogidos por la periodista se mezclan con consignas expuestas en las mantas que usaban los estudiantes en sus marchas, encabezados de periódicos, citas de otros libros e incluso declaraciones de las autoridades recogidas en diarios o boletines oficiales.

“Fíjese que no hubo ningún proceso creativo así como tal”, confiesa la autora, medio siglo después de que aquella obra marcara para siempre -según Carlos Monsiváis- la historia de la crónica en México.

“Como casi todos decían lo mismo, repetían lo mismo, transcribí todas las entrevistas y de cada uno escogía el fragmento que a mí más me gustaba o más me emocionaba, y así, como un tejido, como quien teje una bufanda, fue creciendo el libro, a partir de mis emociones”.

Cuenta la periodista que, después de publicar el libro, un automóvil se estacionaba todos los días afuera de su casa, con cuatro sujetos a bordo que vigilaban, pero no decían nada.

“Entonces yo bajaba y les preguntaba si querían un café. Y ellos subían la ventanilla, así como para demostrarme que no eran mis cuates… yo tampoco quería que lo fueran”, recuerda.

Cinco décadas después, y tras decenas de reimpresiones, ediciones conmemorativas, traducciones, interpretaciones, premios, adaptaciones a cine, teatro y guiones radiofónicos, La noche de Tlatelolco sigue siendo una de las obras más vendidas de Elena Poniatowska, autora de más de 40 libros de novela, cuento, teatro, crónica y biografía.

En abril de 2014, cuando recibió en España el Premio Cervantes de Literatura, Poniatowska rememoró sus visitas al Palacio Negro de Lecumberri y se refirió a los niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes que “caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, ‘ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas'”.

Eso -recrear otras vidas- buscaba la autora desde que tejió aquel libro icónico del movimiento estudiantil.

“Yo creo que la gente, los lectores, lo sienten suyo porque dicen ‘yo puedo estar aquí, seguramente aquí está mi padre, está mi abuelo, está la gente que yo conozco, la que yo me encuentro en el camión, la que me encuentro en el Metro’. Es muy bonito pensar que es un libro que está a la mano, que no tiene pretensiones. No es un análisis, es un testimonio, está hecho con las voces de la gente… ésa es la ventaja de ser periodista…”, explica.

Medio siglo después de la noche de Tlatelolco, Poniatowska hojea con cariño un ejemplar de La noche de Tlatelolco que una chica le acerca para que se lo dedique a su novio que está en Argentina.

“…a Patxi, aquí en la Plaza de las Tres Culturas y bajo los aviones, todo el afecto de Elena Poniatowska Amor. 16 de septiembre de 2018”, escribe en la dedicatoria a su lector del Cono Sur.

Poniatowska reflexiona:

“Cada quien encuentra algo; es un libro de amor a México, de amor a la patria, de lo que significa también ser joven, de la participación, de que la Ciudad es nuestra… Una de las cosas más bonitas de los jóvenes del 68 fue tomar las calles, sentir por primera vez que ellos podían caminar por su ciudad, por México, que el país era de ellos y que también eran responsables del país… Eso fue también sumamente enriquecedor y sumamente emocionante para cualquiera, decir: ‘esto es lo mío, yo lo tengo que defender, esto es lo que yo amo, aquí estoy, lo único que tengo es esto'”.

No se olvida…

Poniatowska habla de la noche de Tlatelolco un día en el que los jóvenes de la UNAM realizan una asamblea interuniversitaria para decidir sobre el paro que mantienen en protesta por el ataque de un grupo de porros a estudiantes del CCH Azcapotzalco, ocurrido el 3 de septiembre frente a la Torre de Rectoría.

Le indigna que esos porros hayan atacado a los estudiantes, pero le entusiasma que los jóvenes se movilicen, que no hayan dejado de tomar la calle desde que la conquistaron, en aquellos años de la represión de Díaz Ordaz y Echeverría.

Recuerda que en el 68 había un ambiente más bien de indiferencia e incomprensión hacia el movimiento estudiantil en la mayor parte de la población. Considera que era un movimiento sólo de los estudiantes, sus padres, sus maestros y algunos simpatizantes, que alcanzó un impacto histórico hasta que se fue conociendo lo que realmente ocurrió en Tlatelolco.

“Es de esos acontecimientos aterradores, terribles, que van creciendo con el tiempo, a medida que se sabe qué sucedió; entonces, todo se va metiendo en el alma de cada una de las personas; los que lo vivieron, pero también los jóvenes que no lo vivieron.

“Yo creo que ahora tiene una gran importancia el 68… la tuvo obviamente, pero en aquellos años, en primer lugar vinieron los Juegos Olímpicos que fueron una distracción, y en segundo lugar había miedo, había una represión, se decía que el movimiento era de muchachos alborotadores, y no había la conciencia que hay ahora, porque finalmente lo que lograron los jóvenes en la política mexicana fue transformarla”, comenta.

-¿Cree que México superó esa etapa del 68? ¿Los jóvenes de 2018 pueden salir a la calle con la tranquilidad de que no volverá a haber un 2 de octubre? -se le pregunta a la escritora.

-No sé, yo creo que ahora nadie se atrevería a decirlo, porque mire usted lo que pasó con los 43 de Ayotzinapa, y no sólo eso que me parece atroz y totalmente ofensivo, sino que el gobierno haya tenido a los padres de familia trayéndolos de un lugar para otro, sin darles jamás una sola razón. Eso me parece, a veces, mucho peor que el 68…

Fuente: Reforma