El olor a historia

Imagen: Especial
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Morelia/Redacción

 Los últimos días de la semana pasada, alrededor de la celebración de La noche de muertos, la capital michoacana, sobre todo su corazón de cantera rosa, vivió una intensa afluencia de visitantes.

 Sin el aspaviento y sin el vandalismo de las últimas manifestaciones normalistas, que seguramente optaron por un deseado receso, el centro moreliano se vistió de un fuerte colorido de paseantes que iban y venían por donquier, siempre madereando.

 Si, si hubo en demasía turismo, de aquí y de allá y de más allá, pero no como en otros años, no como en otras Noches de muertos; esta vez fueron menos los que vinieron, aunque eso sí bastaron para reanimar a muy corto plazo la maltrecha economía local.

 Los céntricos hoteles abarrotados, los museos y los históricos edificios coloniales aglomerados, la principal avenida y las calles laterales eran una mar de gente, sin llegar a ser océanos, todos siempre con la mirada hacia la eterna catedral, cuya elegancia jamás podría pasar desapercibida.

 Como todos los años, no hay como asistir al centro de la vieja Valladolid, disfrutar la hermosura de sus fachadas y oler su olor a historia, ponderar esa paz, esa tranquilidad coyuntural, momentánea, cuando menos más de cien horas.