Autodefensas silvestres

Alan Ortega
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Uruapan/ Samuel Ponce

 

A la entrada de Uruapan, por el lado de la autopista que va a Morelia hay un rústico y desordenado retén de civiles armados, de las autodenominadas autodefensas.

Es mediodía del domingo y a excepción de menos de tres, las autodefensas no portan o no tienen a la mano, literalmente a la mano, arma alguna.

Entre el calor van y vienen, de un lado para otro, de un extremo para otro, no en fila, sino zizaguando a su entender; cierto, solo la mayoría tiene playera blanca.

A lo lejos no se nota que las autodefensas tengan una estrategia o al menos un patrón, un esquema, de revisión de los vehículos de automotores que pasan por el retén.

Sobre la carretera que mantienen en medio de ellos, de sus retenes, pusieron pedazos horizontales de troncos, aquí y allá, como Dios da a entender.

Eso observa uno que va en autobús, de Uruapan a Morelia; desde la ventanilla los mira uno que están como cuando uno de niño jugaba a las guerritas, como va, así nomás…

De repente le dicen al conductor del autobús que se estacione a un lado y, antes de subirse, un joven se cubre el rostro con un pasamontaña negro.

Recorre los pasillos del vehículo, mira rápidamente a los pasajeros, a veces como que levanta la vista y echa un vistazo al equipaje, solo eso.

La autodefensa no tarda ni dos minutos en la presunta revisión y da la indicación de que el conductor puede seguir nuestro camino.

Y en el camino va uno pensando en lo fácil que sería emboscar a las autodefensas, pero también en lo fácil que es juntarse, tener armas y ser autodefensas…