Así no se puede

Especial
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Morelia/ Ramón Méndez

Tenemos cazada la entrevista hace ya una semana, y salimos al caso madereando: ahí, en la punta norte del tianguis dominguero de la Colonia del Panteón, está la Avenida Madero, y por ella trepamos la Loma de Guayangareo, rumbo al centro de la capital michoacana.

Nos encontramos con puestos de guardia de la huelga de los empleados del Poder Ejecutivo del estado. En los campamentos que vigilan las puertas de las dependencias públicas que cierran las banderas rojinegras de la huelga. Nadie, en ninguno de los puestos de vigilancia, sabe ni se imagina cuándo se convocará a asamblea para decidir el camino del movimiento, y recomiendan ir a buscar al líder, el secretario general del sindicato, para tener una información veraz al respecto.

Los restoranes y cafés de los portales tienen clientela para llenar sus mesas a la mitad, tal vez menos, cuando nos dirigimos a la entrevista prometida, a un pintor con el que hicimos compromiso hace una semana. Vemos, de lejos, que apenas se propone montar su exposición: está colocando los caballetes que sostendrán los cuadros, pero cerca hay un hombre que ya montó la suya.

Es una exhibición de pinturas rústicas: la calle del Nigromante, media cuadra antes del Jardín de las Rosas; la Calzada de San Diego, con señora con un niño alzado vista de espaldas; arcos del Acueducto; torre del Palacio Clavijero; torero haciendo faena con un toro; señora sentada junto a una fuente; hombre atando un petate, y una señora junto a una maceta con flores amarillas.

No son pinturas de dibujo delicado, más bien de trazos gruesos, bruscos. Son unos óleos sobre fibracel, óleo sobre MDF, precisa el pintor, y a pregunta de cómo va el negocio, contesta, seco: “Está todo muerto. Antes se ponía bien en Semana Santa, pero hace ya años que no”.

Al abordarlo, se ha levantado de una silla plegable en que estaba leyendo un periódico. Se acomodó los lentes, y ajustó una playera verde que tiene puesta en la parte superior de su indumentaria.

A pregunta, revela su nombre: Rubén Morales, y a nueva interrogación, ésta sobre el tiempo que tiene de dedicarse a la pintura, dice: “Uh…, ya he de tener unos 30 años, un poco menos, tal vez, de lo que la mitad de su vida, según se ve. Es un señor delgado, de mediana estatura, lentes, bigote blanco y cabello aún oscuro.

Pedimos que nos diga por qué su interés en la pintura, y sin pensarlo suelta: “Es una manera que uno tiene de expresar sus sentimientos, sus emociones”, y de su formación académica dice: “Estuve dos años en Bellas Artes (se entiende la Escuela Popular de Bellas Artes –EPBA– de la Universidad Michoacana); prácticamente soy autodidacta”, y comenta que en ese sitio tiene trece años que monta su muestra los domingos.

Platicando sobre los cuadros que tiene de muestra es que explica que la técnica es óleo sobre MDF, y la califica como “expresionista”. Del precio en que vende sus cuadros y lo que en ellos tiene que invertir, dice que una hoja del material base “me sale en 115 pesos”, y la manda cortar, con lo que “me salen 14 superficies de 40 por 50 centímetros”.

Le da vuelta a la conversación en lo que a sus precios de venta se refiere: “Aquí los pagan bien bara. En San Miguel de Allende y en Puerto Vallarta es donde se me venden mejor”, y a la insistencia revela: “Puedo pedir 500 pesos, pero no me los dan; dan 400, o 350”.

Le pedimos que agregue, si tiene, algún comentario, y dice: “Que necesitamos aquí que nos venga a visitar el turista, nos haga fuertes aquí, porque no…, así no se puede”.

La petición nos hace preguntarle si ha bajado mucho la visita de turistas, y contesta: “Bastante. Antes del bombazo venía mucho turista extranjero. Nosotros estamos al pendiente de eso aquí, y ahora ya no vienen”, afirma, para dar por concluida la conversación.

Aún no monta su exposición el otro pintor, con el que teníamos pactada la entrevista. Ya tiene instalados sus caballetes, y en los dedos pequeños trozos de cinta para pegar que usará en la instalación de sus cuadros. Se ofrece de inmediato a contestar las preguntas que le hagamos, pero le pedidos que instale sus cuadros para verlos, son once por todos, al centro un óleo, con marco; es un paisaje con árboles y un campo de cultivo, listo para la siembra; al fondo se ven cerros azules. Es, dice el pintor, un paisaje de Tarímbaro.

Su nombre, dice, es Pedro López Cortés; tiene unos 20 años de dedicarse a la pintura, y su edad es de 49 años. “Desde que yo era pequeño me gustaba el dibujo; tendría como cuatro o cinco años cuando supe que me gustaba dibujar. Mi papá es de Capula, pero yo nací aquí en Morelia. Desde que salimos de ahí ya no volvimos, ahora yo voy a sacar paisajes”, y agrega: “Mi papá hacía cazuelas, ollas, en fin, todo lo que corresponde a la alfarería, de ahí viene mi inquietud por la pintura”.

Sobre su formación como artista, comenta: “Empecé en los talleres de la Casa de la Cultura; con el maestro Rafael Flores estudié pintura; con Marco Antonio López Prado, también pintura, y luego, en Bellas Artes, con él llevé escultura; con José Dolores Prado Velázquez, en la Casa de la Cultura estudié grabado”.

Luego, indica, estudió en la Escuela Popular de Bellas Artes de 1989 a 1996, donde terminó la carrera de Artes Plásticas. “Me condecoraron con el Premio Hijos de la Patria, de la Universidad Michoacana, que se entrega el 8 de mayo a los mejores alumnos de cada escuela o facultad. No sé si se siga dando. También Bellas Artes me reconoció con un premio de 50 mil pesos, y fui becado por la universidad”.

De los cuadros que exhibe, cinco son acuarelas con paisajes campiranos donde aparecen gallos y edificios. “Ya tengo 15 años pintando acuarela. En 2013 me llevé el Premio Estatal de Acuarela, en un concurso que promueve la Secretaría de Cultura”.

Las acuarelas que tiene de muestra, de 28 por 38 centímetros, dice, las vende en 350 pesos, pero trabaja un formato más grande, de 76 por 56 centímetros, que vende en cinco mil pesos. “Es puro papel de algodón, no es papel bara; es un papel donde se debe pintar la acuarela, porque hay papeles que no sirven para esto”.

Le llamamos la atención sobre el óleo con  el paisaje de Tarímbaro, y comenta: “El óleo lo trabajo, pero en cosas especiales, más el retrato y alguna arquitectura”. A pregunta dice el precio al que pretende vender esa obra: “En 700 pesos la pintura y mil pesos ya enmarcado; es un cuadro chico, de 22 por 33 centímetros”.

Sobre sus planes, anuncia: “Seguir pintando para mejorar mi trabajo, porque aún no sé nada”.

Le preguntamos cómo van las ventas, y responde: “Ayer sí cayó algo, más que nada para material y para comer uno o dos días, pero así la vamos pasando.

Del otro lado del óleo hay otros cinco cuadros, éstos de pintura abstracta, “son acrílicos sobre papel, éstos los tengo en 500; se llevan más éstos que el paisaje; cuando había turismo nos iba bien. Me han comprado cuadros que se llevaron a Grecia, a Francia, a España, y uno que otro a Alemania, uno fue a parar hasta Holanda, pero más los norteamericanos, ésos sí son compradores”.

También, como su colega, se queja de la falta de turismo: “Sí, sí se siente, luego luego se percibe. Los extranjeros vienen y se van; se están un día o dos y se van. Y ya es poco el turismo que compra. Cuando vienen estudiantes norteamericanos casi no conviene, no les interesa; necesitan ser personas más grandes para interesarse en comprar. Esto está así desde el 2008, desde que fue el bombazo, de ahí para acá se siente terrible”.

Agrega de su trabajo, finalmente, que hace también dibujo a tinta china, tintas en aguadas, pasteles, carbones…, “no tengo máquina para hacer grabado, si no, también haría grabado”, y apunta el nombre del sitio donde hace su instalación sábados y domingos: Corredor del Arte.

Cuando se da cuenta de que intentamos hacer una imagen de su persona, se para muy derecho, como si le fueran a tomar una fotografía: delgado, con cachucha roja, camisa a cuadros azul, lentes para protegerse del sol y bigotito.

Nos despedimos. Frente a la estatua de Benito Juárez hace rato hay fiesta, es la celebración del Día del Niño. Al pasar por ahí vemos que hay cuatro muchachas bailando en un entarimado, y al compás de la música guían a un gran grupo de niños para que bailen también.

Cruzamos la calle. En la esquina del Portal Aldama una señora que empuja una silla de ruedas donde viaja una niña se ha detenido: la niña mira con deleite a los que en la Plaza Benito Juárez, frente a la estatua del Benemérito, brincan y bailan.