“Híjole, nos hacían la vida triste…”.

IMAGEN: ENRIQUE CASTRO
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Morelia/Enrique Castro/acueductooline.com

Frente al Santuario de Guadalupe, en la esquina del jardín Morelos, entre la Calzada y la plaza, un pequeño puesto ofrece cacahuate a la mitad y por la otras, cañas preparadas.
Pareciera un puesto más de lo que se colocan días previos a la celebración religiosa de la virgen de Guadalupe en Morelia, sin embargo, esta esquina tiene mucho que contar.
Ahí, don Froylan Silva acompañado de su esposa Isabel Gonzales, espera clientes que compren cacahuates. Apilados en una montaña y coronados con más cacahuate como estrella, lucen acomodados y tostados.
Froylan platica que lo conocen mejor por su apodo “ El Flores”, pero no sabe porque lo llaman así.
El, es el vendedor con más tiempo en lugar, el más tradicional: “mira, más o menos te voy a hablar algo del principio; yo entre a vender aquí en 1962, ¿o 63? de ahí, éramos 5 vendedores los que estábamos diario.
En ese tiempo eran 46 días de venta, empezábamos el 28 de octubre y terminábamos el 12 de diciembre, era muy larga la venta; la gente se cansaba de comer cacahuates. En ese tiempo podíamos contar a la gente que venía al rosario, de ahí empezó la costumbre de aquí de San Diego”
De bigote blanco y partes café, manchado por el tiempo, Don Floylan sonríe y dice que ya le han preguntado mucho y que hasta en el periódico ha salido, a la par que se recarga y observa a su esposa acomodar el cacahuate.

 

“Casi no venía gente, rezaban el rosario y se llevaban un 20 de cacahuate y así nos la pasábamos, de ahí, para adelante, al siguiente año ya se quedaron dos o tres compañeros más, y también comenzó a llegar un poco más de gente al rosario…
“Nunca creímos en que creciéramos tanto; ahora soy el único que queda de aquellos 5, algunos ya no viven, pero, en su lugar, están sus familiares…”. Su esposa sonríe a manera de complicidad al escuchar el relato, la nostalgia también la invade.
Tienen 60 años de casados, siete hijos; de los cuales 3 le ayudan en el puesto de cañas que está a un lado. Entre los bromean después de responder cuando llevan de casados “Mira, fíjate que yo ya me quiero divorciar” y los dos, a la vez, sueltan una gran risa.
La historia continua: “En eso tiempo éramos libres, el que nos dio la posesión aquí en la calzada fue un presidente municipal que no se me olvida su nombre, se llamaba Alfonso Martínez Serrano…
“Él nos cobraban unos boletos que los traía un señor que se llamaba don Isidro, nos cobraba la plaza, era un tostón. Así fue como 10 años, pero a medida que esto iba subiendo comenzaron a llegar organizaciones o uniones y ya esto comenzó a crecer”.
Luego, prosigue, los pocos que había tuvieron que juntarse y crear la organización de cacahuateros y cañeros Miguel Hidalgo, ya que líderes de otras agrupaciones quisieron quitarles los lugares.
Así se trabajó muchos años y el número de vendedores creció; el brinco en la línea del tiempo don Froylan lo da, y platica el problema de inseguridad, de cómo comenzaron a llegar pandillas: “hijole’, nos hacían la vida triste…”.
Sin embargo, acota, a nosotros no nos hacían nada, pero entre ellos se peleaban; daban miedo, las botellas volaban y así nos aguantamos algunos años, pero parece que ya no; y, contrasta esos tiempos con este año: “fíjate que hemos tenido, de parte del municipio, buena ayuda, hay seguridad, los policías si andan aquí”.
Don Froylan trabaja normalmente vendiendo cacahuate en cualquier esquina, afirma que es lo único que puede hacer ya que nadie le da trabajo: “vendo 30 o 40 pesos diarios, ahí saco para comer”.
Y, a la pregunta sobre cómo le va en estos días guadalupanos, el responde: “no nos hacemos ricos, pero si nos queda para comernos un pollito el 24, no se diga un guajolote”